lunes, junio 12, 2006

· FRIKIPEDIO 05 - Primeras batallas

Al fin puedo colgar aquí el 5º textículo de esta magna historia. Ahí va:

Relato en Textículos de las Gestas y Fazañas del Valiente y Nunca Bien Ponderado Caballero Frikipedio, paladín de la Justicia y el Honor, y otrosí de las cuitas y placeres que le causaron sus arriesgados amoríos con la Simpar Inciclopea.

Textículo V.
De Frikipedio Adolescente, el embrujo etílico, las primeras batallas y otras cosas que es menester reflejar en este magno relato.
Parte II: Primeras Batallas.

La partida de Sir Wiki dejaba a Pedia sin cabeza. Lady Uncyclopedy pasaba a ser la dueña y señora de los destinos de campesinos, villanos y nobles. Pero aquella mujer, más preocupada de la música y la poesía que de las finanzas, no tenía un carácter propenso a la extorsión y las decapitaciones, como era menester en quien quisiera dominar aquellas salvajes tierras. La herejía cristiana se iba extendiendo, y llegaba ya a la marca sur del Condado. Los mensajeros ingleses (messenger) traían noticias contradictorias de Roma, y en aquel trance la condesa maldecía el día en que se había convocado aquella Cruzada.
Nuestro héroe ayudaba como podía a su madre en aquellos terribles tiempos. Pero según la ley pédica, sólo en seis meses de ausencia sin noticias del marido podía una noble consorte abdicar y nombrar sucesor a su hijo legítimamente.
Mientras, los insidiosos cristianos iban convirtiendo por la fuerza del dinero y de la espada a los campesinos pastafaris a aquella otra religión que adoraba a un muerto resucitado.
De la ciudad de Coruvigo llegaban inquietantes noticias desde el Arzobispado. Una encarnizada lucha en la sala de la Santa Olla de Cocción había dado finalmente al traste con las intrigas herejes. El arzobispo de pega yacía al fin bajo la imagen del Bendito Monstruo de Espagueti Volador. La infame soldadía de la cruz hallábase ya en las mazmorras, esperando la soga.
Frikipedio ardía en deseos de vengar las mancilladas piedras de tantos lugares sagrados. Soñaba con hacer pasar por su hierro a aquellos que asesinaban sin piedad a santos hombres y mujeres de la iglesia pastafari y corrompían las mentes de los simples. Ansiaba verse ya armado caballero, pero aquellos tumultos retrasaban la ceremonia.
No obstante, precisamente aquella disputa religiosa, aquellas intrigas de altar y alcoba serían el escenario para las primeras aventuras de Frikipedio. Y la primera ocasión de mostrar sus dotes para el combate vendría pocos días después.
El mentor de Frikipedio, Fray Paifocles de Eirís, era un conocido filósofo de la corriente platónico-aristotélica. En consonancia con las enseñanzas del Sagrado Libro de las 1001 Recetas de Pasta, proclamaba la necesidad de usar el sentidiño, para lograr la Felicidad. Su máxima era O caso é pasalo ben, o demáis son-che lérias. (el caso es pasarlo bien, lo demás son tonterías).
Fray Paifocles había conseguido un notable protagonismo en las decisiones del Cabildo, y aunque aborrecía el oro y el poder, tenía bastante de ambos. Pero a diferencia de otros ricos y poderosos, destinaba gran parte de su hacienda a socorrer a los más necesitados. Para ello había creado la Caja de Ahorros de Gondwana, un organismo sin ánimo de lucro que prestaba dinero a gentes de baja condición o en apuros, a cambio de unos insignificantes intereses.
La conspiración de los cristianos no le era ajena. Años atrás uno de los primeros herejes había ido a verle, para que se uniera a la causa de aquel dios viejo con barba blanca, pero Paifocles, hombre de sólidas convicciones, lo echó a patadas de su finca.
Ahora, Paifocles lo sabía, su vida estaba amenazada. La negativa a unirse a ellos nunca había sido olvidada, y temía que el momento de la venganza llegase de un momento a otro.
Poco a poco las villas y villorrios iban cayendo uno tras otro. Ourense, Lugo, Valdepastas, San Tallarín de Queixos, Catro Estacións... todas aquellos lugares eran ya plazas del falso dios. La antigua alegría de las fiestas de Semana Santa, con sus orgías y sus cánticos populares eran ahora tristeza y solemnidad. Donde antes bailaban desnudos los jóvenes pastafaris, ahora los oscuros nazarenos seguían silenciosos ritos de muerte y juicios finales.
El pueblo no entendía por qué todo cambiaba. Los curas impostores tranquilizaban a los antiguos creyentes en el Dios de espagueti diciendo que era una simple reforma por voluntad del Monesvol. Pero pronto las hogueras serían encendidas en todas partes para aplacar la sed de verdad.
Paifocles los temía. Pensó en huir. Pero no pudo: los asesinos subían ya la escalera de su torre.
....
Cuando el messenger le informó de que los sicarios cristianos se acercaban al Palacio de Paifocles, Frikipedio cogió espada y escudo y partió a galope tendido hacia Eirís, donde el fuego presagiaba combates y muerte. Llegó en plena noche y encontró a los cristianos destrozando todo lo que hallaban. Quemaban libros, rompían estatuas, tablas pintadas, tapices. Atesoraban todo el oro que encontraban. Habían matado a muchos; guerreros, sirvientes, mujeres, niños... no respetaban ni la Santa Imagen del Monstruo, que usaban como letrina.
Frikipedio arremetió a mandoble cruzado entre la chusma, cortando qué se yo, cabezas, brazos, piernas...
Pero los cristianos eran muchos y feroces. Desde las alturas disparaban dardos, lanzaban vajillas... Frikipedio y sus soldados se veían ya perdidos. Hasta que nuestro joven héroe recordó las ocasiones en que su gesto había salvado situaciones insalvables. Aunque no tenía ganas de reír, con un esfuerzo sobrehumano, puso el gesto de la X y la D y en pocos instantes se hizo el silencio. Todos los herejes se habían quedado en sus puestos con una mueca extraña. Los soldados de Frikipedio, advertidos de antemano, no habían caído en el trance, y pausadamente capturaban a toda la cristiana escoria.
Frikipedio subió a los aposentos de Paifocles. Se temía lo peor. Al entrar, un terrible cuadro: la armadura de plata de su amado profesor yacía en el suelo, atravesada por una cruz de hierro. En sus manos apretaba unas flores silvestres, las mismas que siempre había enseñado a apreciar a su discípulo.
Se arrodilló ante el cuerpo, llorando amargamente. Con las manos temblorosas tomó el yelmo de oro, y lo abrió. Una rizada barba roja surgió de aquella celada.
-¡Pero este no es Paifocles!, exclamó, secándose las lágrimas.
-¡Claro que no, rapaz!
Frikipedio pudo ver a Paifocles, que salía del armario.
-¡Maestro!
-¡Pupilo!
Y ambos hombres se abrazaron largamente.
....
La batalla había sido victoriosa. Cuarenta cabezas cortadas lucían esplendorosamente en lo alto de la picota de Eirís. Pero el precio había sido muy alto. Por todas partes las humeantes hogueras se apagaban con los restos de los cuerpos de padres, hermanos, madres, tías... las iglesias y templos del Monstruo de Espagueti Volador habían sufrido incontables daños. Pero a pesar de todo, de las muchas pérdidas y de los campos arrasados, del hambre y las enfermedades que se avecinaban, los pedenses celebraban con alegría la gran victoria sobre los cristianos.
-FIN DEL QUINTO TEXTÍCULO-


Próximamente,
Parte III: La Orgía.

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