sábado, junio 10, 2006

· FRIKIPEDIO 02 - Bebé

Relato en Textículos de las Gestas y Fazañas del Valiente y Nunca Bien Ponderado Caballero Frikipedio, paladín de la Justicia y el Honor, y otrosí de las cuitas y placeres que le causaron sus arriesgados amoríos con la Simpar Inciclopea.


Textículo II. La Primera Infacia de Frikipedio y de las circunstancias que concurrieron en su primera aventura a la tierna edad de tres meses.
Este recién nacido, nacido una tarde de general aburrimiento, este infante peludo y poco formado todavía, cuya fealdad extrema al nacer hizo exclamar a su padre:
-“Aqueste infante tiene una triste factura.”
A lo que su madre, la condesa Uncyclopedy, replicó:
-“Sí, es feo de balls, pero ya le tengo cariñou.”
Pues nada menos que él, un simple bebé de la noble cuna de los Condes de Pedia, en Gondwana (Galicia), estaba llamado a cumplir un destino heroico, con el que ningún mortal soñó jamás. Un ser pequeño e indefenso, cuyo rechoncho y arrugado cuerpito no hacía adivinar siquiera las afamadas gestas que harían temblar la fama del mismísimo Amadís.
En los primeros días de Frikipedio, su vida no estaba jalonada por la aventura ni el honor. Sólo tres conceptos: llanto, teta y cuna, cuyo ciclo incesante marcaría su vida para siempre.
Pero a la tierna edad de tres meses, cuatro días, dieciocho horas, cinco minutos y seis segundos, aproximadamente, sucedió algo asombroso. Algo que dejó a sus progenitores atónitos, y a todo el castillo revolucionado.
Era otra tarde de viento y lluvia, como correspondía al comienzo de la estación húmeda gallega. Frikipedio miraba con sus ojos de bebé, grandes, serenos, atentos a todo, el salón grande del castillo.
Era el momento de la merienda. Sir Wiki había vuelto de su visita semanal a las mazmorras, e intentaba acomodar sus posaderas, enfundadas todavía en la gruesa armadura, sobre el mullido asiento del trono.
Como todavía no se conocía el café, ni el té, los castellanos pasaban las tardes bebiendo vino y comiendo queso y embutidos.
El bebé se afanaba en extraer las ya últimas gotas de leche del exhausto pecho de la bella condesa Uncyclopedy. Era extraño, pero Frikipedio había rechazado a todas las amas de cría de la región. Siempre gritaba dirigiéndose a su madre, buscando su pecho. Finalmente la joven dama inglesa había accedido a aquella inusual -quizá incluso pecaminosa- forma de amamantamiento, simplemente por salvar al niño de una horrible muerte por inanición. Pero lo que había comenzado como una rareza provisoria, ahora se había convertido en un lazo inquebrantable. La relación entre madre e hijo se había hecho tan estrecha, que Uncyclopedy había, personalmente, despedido a todas las nodrizas del castillo.
Era ya la hora que en Galicia anuncia el “serán”, la que los ingleses llaman “evening”, y el sol comenzaba a vaguear.
De repente, Sir Wiki, que se había descalzado para quitarse una piedrita, se levantó de su trono, en el que tanto le había costado acomodarse, y con armadura y todo se balanceó con la intención de acercarse a la mesa para coger algo más de queso ahumado.
Pero no vio, en el suelo, su propio yelmo. Resbaló, tiró a dos de los comensales al intentar asirse, y finalmente dio con su gruesa figura en un banco, al otro extremo del cual merendaba, encogida como un cuervo, su ama de llaves, una mujer vieja, menuda, de carnes enjutas. ¡Vive Dios que es cierta la ley de la palanca! Doña Flor, que así se llamaba la sirvienta, voló por encima de la fuente del queso, hasta caer sobre el arpa de Ludovico, el músico, que sonó por última vez.
Pero ahí no había acabado el accidente. Sir Wiki, que cuando lo dejamos estaba cayendo sobre el otro extremo del largo banco, terminó efectivamente de caer, mas con tan mala suerte, que al intentar levantarse se dio con el cogote en la madera de la mesa, y como era un hombre tan fuerte y corpulento, hizo caer con el golpe el queso, que rodó hasta el suelo; el embutido cortado en finas lonchas, que cayó cual hojarasca llenando toda la sala; y el muy tinto vino de Barrantes, que terminó casi todo llenando la coraza del conde. Digo casi todo, porque el que no se coló por todos los intersticios de la armadura fue directamente a caer sobre la magullada cabeza de Sir Wiki, tiñendo su rubio pelo del granate intenso de aquel vino oscuro y espeso, casi masticable.
El estropicio era completo. Magulladuras, jarras y huesos rotos, llanto de damas, vino inservible... y queso y embutido tapizando suelos, paredes, invitados, y hasta los gruesos tapices de la trasera del trono.
Lógicamente, todos se habrían apresurado a ayudar al bueno del conde, su ama de llaves, el esforzado Ludovico, los invitados caídos... pero cuando iban a hacerlo quedaron petrificados.
Frikipedio, que había visto todo el desgraciado episodio en primera fila, comenzó a reirse a carcajadas, con esa risa sana y contagiosa con la que el Monstruo de Espagueti Volador obsequió a los bebés. Pero lo que dejó a todos paralizados, lo que aquellos que lo vieron no fueron jamás capaces de olvidar, fue la extraña mueca que su carita de bebé acertó a componer. Un gesto que en adelante acompañaría a Frikipedio en todas sus aventuras, y que supuso gran parte del arrollador éxito de sus victorias. Mientras reía, Frikipedio fue, sin darse cuenta, cerrando sus ojos en apretado dibujo, de modo que formaba con los pliegues de los párpados una especie de aspa, y la boca apretada, sin dientes todavía, formaba la figura de una media luna. Un servidor, humildemente, se ha atrevido, años más tarde, al recoger en este texto las Gestas de Frikipedio el Caballero, a bautizar tal prodigio como “el gesto XD”, porque tal era la forma de sus rasgos al poner ese gesto.
Mientras duró la risa y el gesto de Frikipedio, ninguno de los sirvientes, caballeros, o damas de la sala, ni siquiera los accidentados, o la madre de nuestro amado caballero, pudieron moverse. Incluso ellos mismos, uno tras otro, prorrumpieron en risas escandalosas, adoptando en sus faces gestos que recordaban al del niño, entrando en una especie de trance extraño, que les impedía actuar.
Al final, a los desperfectos de la aparatosa caída, hubo que sumar las secuelas de tan intensa risa: mandíbulas desencajadas, dolor de sienes, ropas echadas a perder por la incontinencia...
Mas aquella tarde de extraños sucesos no fue más que la primera vez que el mundo vio la fuerza desatada de aquel gesto de Frikipedio, que en adelante haría justamente famoso al Caballero de la Triste Factura, pues con ese mismo gesto derrotó a innúmeros enemigos, tomo ciudades y logró imponer justicia a infames villanos y poderosos sátrapas que la Fortuna puso en su camino.




Fin del Segundo Textículo
Siguiente textículo: De los Juegos de Frikipedio Muchacho, y de sus Primeros Amores y Riesgos.

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