domingo, octubre 15, 2006

Octavo al fin. Noveno en camino...

He tenido que dividir el texto del textículo -valga la redundancia- octavo porque su longitud era inusualmente larga.
En realidad ambos (8 y 9) forman un único textículo. Pero como me he propuesto publicar un textículo por guarda, en realidad no estoy cambiando demasiado el original, porque se trata de dos guardas cosidas que forman un único texto pero con una división bien clara... en la costura.
Ahora os doy a conocer el 8º textículo, pero ya tengo preparado también el 9º. Espero no tardar tanto como he tardado en publicar el 8º. Os pido disculpas por ello, pero juro que me ha sido del todo imposible hacerlo antes.

(Actualización) Subo la primera imagen, una ilustración correspondiente al textículo 5º. Ya vendrán más.Frikipedio entra en el Palacio de Eirís cortando qué se yo, piernas, brazos, cabezas...

Que lo disfrutéis. Ahí va:

Relato en Textículos de las Gestas y Fazañas del Valiente y Nunca Bien Ponderado Caballero Frikipedio, paladín de la Justicia y el Honor, Héroe de la Triunfal Batalla de Eirís, adulto
consumado y Conde Pastafarísimo de Pedia y su pedanía.
Y otrosí de las cuitas y placeres que le causaron sus arriesgados amoríos con la
Simpar Inciclopea.


Textículo VIII.
La llamada del Rey


Las alabanzas al nuevo conde fueron rápidamente puestas en verso y cantadas por trovadores y juglares. En toda Pedia, incluso en el reino entero y hasta detrás de la marca astúrica las fazañas de nuestro joven héroe fueron celebradas.
Tras la huida del rey hereje, Gondwana hallábase descabezada. El virrey Anxova no pasaba de ser una figura meramente decorativa, cual águila o puerco en un blasón de madera. Era de ánimo demasiado tranquilo, falto de los humores del nervio: sangre y bilis amarilla.
El ejército gondwanés también estaba mermado. Parte de sus fuerzas luchaban en Roma; parte seguían fieles a Judas, el traidor, y los demás -los que no estaban muertos- sumaban apenas 50.000 hombres, demasiado jóvenes o demasiado viejos en su mayoría.
Solamente la derrota de los cristianos en Oviedo había dado un respiro a los hijos de Gondwana, pues el nuevo emperador asturíaco había rechazado la alianza con Judas y pedía a Pedia ayuda contra el ejército que el rey traidor estaba juntando.


En tal situación, el Consejo de Caballeros había exhortado al virrey Anxova a apurar la elección de un nuevo Rey. Finalmente, de entre todos los candidatos, los ancianos habían seleccionado a un hombre joven: Rataube del Urogallo, que sería conocido en la posteridad como Rataube I el Xusto.
Rataube I comenzó su reinado sin pompa ni boato, organizando, antes de terminar de asentar sus posaderas en el trono, un ejército que pudiese luchar contra el enemigo.
............
Aquella mañana un messenger llevó a Frikipedio una carta. ¡El nuevo Rey lo llamaba a palacio!
Nuestro amado paladín no cabía en sí de gozo. Partió hacia Coruvigo aquella misma tarde.
Era la primera vez que Frikipedio viajaba con su séquito. Con su propio séquito.
Al principio, tener un grupo particular de sirvientes en todo momento le pareció a Frikipedio una ventaja. Pero pronto se desengañó:
Si el conde salía del castillo, una escolta cubría su recorrido precediéndolo y en retaguardia.
Si al conde se le ofrecía un alimento, el catamanjares lo probaba antes, por si se hubiera envenenado. Pero claro; todo lo que comía tenía siempre un mordisco. Cada tajada, cada tallarín. Hasta las galletas que comía estaban mordidas, y los caramelos chupeteados.
Si al conde se le ocurría ir al retrete, el calientatronos posaba en él antes su culo. Si pernoctaba fuera, el aposentador comprobaba antes la cama. Si conocía una muchacha...
Estaba harto. El séquito suponía un engorro mayúsculo. Siempre adelantándose a sus deseos, siempre retrasándolo en sus actos...
Cuando llegaron a Coruvigo, nuestro héroe tuvo tiempo de admirar la imponente fachada del Palacio de los Reyes, que seguía magnífica e inmaculada, a pesar de los incendios por las batallas que habían asolado la ciudad. Y tuvo tiempo porque el séquito tardó diez minutos largos en prepararse, disponerse, colocarse y finalmente entrar en el palacio.
El joven rey esperaba a Frikipedio -y su séquito- en lo alto de la Gran Escalera Ceremonial.
-¡Al fin os conozco, Frikipedio! Saludó, campechano, el monarca.
-¡Paz y larga vida! Dijo Frikipedio
-Larga vida y paz. Dijo el Rey
Tras el saludo ritual de los caballeros, con la mano puesta en gesto de tres dedos, el Rey acompañó a Frikipedio a otra estancia. Por el camino fue contándole el motivo de su llamado.
La insurgencia había dejado a Gondwana débil ante un más que probable ataque de las fuerzas leales a Judas III. Su inminencia dificultaba el reclutamiento forzoso de campesinos, pues no sería posible adiestrarlos con la suficiente rapidez. Rataube, ante tamaño contratiempo, había contactado con un ejército de fortuna, que se hacía llamar “Héroes Eventuales”.
En aquella época los mercenarios tenían en Gondwana muy mala fama. Todo porque todavía era reciente la dolorosa pérdida el Ducado de Baçán.
Como seguramente muchos no recordarán en estos tiempos turbulentos en los que todo recuerdo ha sido borrado la triste historia de este ducado y su pérdida la narraré ahora si no distrae de la historia de Frikipedio de Entrerredes, que es lo realmente importante.


Narración breve de la pérdida de Baçán
y las desgraciadas circunstancias
que confluyeron en los
postreros tiempos
del Condado
*
Entre las perlas que han adornado al collar bellísimo de Gondwana, que se dice fue en otros tiempos un gran imperio que abarcaba todas las tierras en las que hombres o bestias habitaban, una era especialmente brillante. Su belleza y fulgor sólo competían con el mismísimo Edeén, tierra en la que primero floreció el tomate y la cerveza fue probada por primera vez. Esta tierra privilegiada hallábase en el flanco derecho de Pangea o Galicia, justo donde antes comenzaba la marca del Imperio Asturíaco.
Baçán, que este era su nombre, era un país alegre, lleno de riquezas. Los bosques albergaban duendes y trasnos, animales en abundancia y castañas, nueces y un sinnúmero de frutales. Era una tierra rica en hierro, y con el buen hacer de sus gentes había llegado a tal prosperidad que alimentaba a medio reino de Gondwana y aún sobraba tal abundancia de todo que sus habitantes podían disfrutar de los placeres de la vida sin necesidad de trabajar.
Los baçaneros, en principio tenaces, valientes y muy trabajadores, fueron poco a poco dejando sus tareas más enojosas, contratando a otros para que las hicieran. Pero incluso a estos llegáronles las migajas de prosperidad de modo tan copioso que asimismo dejaron sus tareas y contrataron a otros distintos para realizar aquellos trabajos que en principio les habían sido encomendados. Como los paisanos de aquel condado ya no querían desempeñar trabajo alguno, fueron forasteros los que tomaron azadas y martillos, paños y papillas de niño. Puesto que Gondwana entonces era próspera y el Imperio Asturíaco, menos afortunado, era muy cercano, fueron asturíacos los que trabajaron en todas las fincas, casas e industrias de Baçán. Y lo hacían felices, pues parecía que el mismísimo Cuerno de la Abundancia se había derramado en aquella hermosa tierra.
Lo que tan bien funcionaba entre los civiles fue pronto copiado por los militares, pues por una parte de su sueldo podían pagar mercenarios que hacían su mismo trabajo, con más ganas y menor riesgo.
Los mercenarios que acudían a Baçán en gran número, pronto alcanzaron poder y riqueza, aunque menos que sus contratantes. Mas como la oferta era grande y el oro seguía manando, podían a su vez contratar otras cohortes más baratas y vivir sin sobresaltos.
En cien años, Baçán estaba llena de asturíacos que hacían todos los trabajos, fueran enojosos o no. Y aunque apenas nadie madrugaba, seguían pagándose salarios y gratificaciones, en una rueda que parecía no tener fin.
El Emperador Asturíaco, Guillermo IV el Astuto, viendo el camino muy allanado y la jugosa provincia habitada ya por sus compatriotas, lo tuvo muy fácil para ganarse el Ducado:
Sus tropas regulares1 tomaron dos o tres puestos fronterizos en una mañana.
Los mercenarios baçaneros, rápidamente, acudieron en su socorro, pero era Agosto, y muchos hallábanse disfrutando de la época de holganza2. Volvían, tras repeler el ataque asturíaco, sin fuerzas casi... pero queriendo cobrar sus jornadas de lucha a más alto precio, precisamente por hallarse en época de Holganza. Entonces sus generales, para evitar el pago de un sobreprecio, pagaron a otras compañías más baratas para que asesinasen a estos mercenarios descontentos que regresaban del campo de batalla. Era cruel, pero salía más barata esta pequeña traición que el pago justo de las horas extra.
Fue entonces, con los mercenarios más entrenados muertos a manos de sus propios jefes, cuando Guillermo el Astuto envió al grueso de sus tropas. No hubo reservistas que quisieran hacer frente a las tropas imperiales, y por supuesto los soldados que quedaban -los más baratos, jóvenes y sin experiencia- fueron hechos prisioneros o incluso fueron hechos abono para los cultivos. Y sin esfuerzo alguno.
Los baçaneros acabaron esclavizados y obligados a realizar las tareas más inmundas, y el antiguo Condado de Baçán, perla de Gondwana, pasó a ser una provincia más del Imperio Asturíaco, y desde entonces es conocida como Navia. Se dice que las arenas de sus playas son hoy negras por la desgracia, y que el mar llora su separación de la madre gondwanesa.
*
Hecha esta aclaración, continúo. Por estas causas que ahora conocemos, nunca más las tropas de alquiler gozaron de reputación en el reino de Gondwana. Los mercenarios jamás confesaban serlo, y buscaban nombres imaginativos para definir su profesión: Soldados de fortuna, Héroes de alquiler, Luchadores previo pago, Usted ordene, nosotros matamos, Tropas de Asalto a Medida, Guerreros remunerados... y otros así.
El Rey y Frikipedio entraron en una gran sala del Palacio Real. Grandes tapices recordaban las ocasiones de antiguas batallas. Parte de la sala estaba tiznada de hollín, delatando la agitación durante la reciente invasión cristiana.
A Frikipedio le dio un vuelco el corazón. Entre los tapices, uno de ellos, de reciente factura, con colores más vivos, representaba la Batalla de Eirís. Se podía ver el palacio de Paifocles, la cristiana soldadesca, y ante ellos un sonriente Frikipedio con su famoso gesto, que rebanaba de un tajo la cabeza a un enemigo, luciendo armadura nueva y su enseña con las 490 cabezas sobre fondo de boloñesa. ¡Nada menos que un tapiz! El jovencísimo conde no encontraba forma de dar las gracias al Monesvol. Era dichoso hasta el infinito. Y más allá.


Fin del Octavo Textículo

1No eran muy buenas.

2vacaciones